Tara: El eclipse y el llamado

Por: Lakshmi Sarah Kennedy

Durante años, Tara vivió en Argentina, en una casa de grandes ventanales y vistas hacia las montañas de Los Andes. Este lugar era más que un hogar para ella, allí sintió que habitaba el cielo abierto. Cada día en ese espacio transcurrió con la belleza cambiante del paisaje, el sosiego de los ritmos naturales y el canto de los pájaros. Vivir allí había sido un privilegio.

Era la mañana cuando moriría su hermosa vida en este lugar, y estaba a pocas horas de un cambio radical. Su corazón se entristeció ante la inminente revolución, planeada por su ser o ‘seres’ pasados. Ese día de primavera, con la brisa fresca proveniente de la Antártida y las hojas incipientes bailando, salió para saludar por última vez en este lugar sagrado a la esfera roja que se erigía en el horizonte. Con el sol naciente al este y las montañas nevadas y el volcán Tupungato al oeste, experimentó un momento eterno y dichoso.

Los ciclos en el camino espiritual llegan exactamente en el momento adecuado, si existe la preparación para ellos. En palabras del sabio Sri Aurobindo: “Necesitamos del tiempo para ser instrumento, porque para todas las cosas hay ciclos de su acción y un período del movimiento sagrado”.

Tara intuía que este momento era perfecto para el eclipse de su vida, pese a que algunos aspectos de su decisión que eran inciertos. Recordó entonces las palabras del hermano David Steindl-Rast, cuando afirmó que “un cincuenta por ciento de la existencia es misterio”. De hecho, había sido su devoción por el Misterio Amado la fuerza que la había guiado a investigar y profundizar diversas cosmovisiones.

 

Un mensaje del Alma en forma de perlas, que iban llegando a los bordes salvajes de su conciencia.

 

Anhelaba con pasión vivir en más amor y sabiduría, ver más allá de las telarañas de su conciencia y atizar intensamente los fuegos de su relación amorosa con el conocimiento. Por ello, había decidido invocar una disolución y un desmembramiento de su vida.

Después de una hora de meditación, se levantó. Normalmente, ese tiempo era un oasis, pero esa mañana su mente estaba agitada. Tomó su mate que mezclaba con deliciosas hierbas, y salió al jardín. La disolución voluntaria había sido el leitmotiv de su vida reciente. Tara estaba enamorada del hermoso desorden que estaba ocurriendo, porque la hacía sentir viva.

En los últimos meses, había vivido experiencias y conversaciones relacionadas con la necesidad de trascender la comodidad y la domesticación. Sin duda, estas eran algunas de las semillas de su decisión, pero la motivación profunda para este cambio radical era lo que ella denominaba el Llamado. Un mensaje del Alma en forma de perlas, que iban llegando a los bordes salvajes de su conciencia.

Estas joyas eran pistas acerca de la dirección a seguir. Emergían y anunciaban los movimientos necesarios, incluso en engranajes oxidados e inamovibles de su mente. Había pasado por semanas de enorme tensión, donde experimentó una inundación de sentimientos. Dolor, confusión, tristeza, fortaleza y claridad, todos estos estados acompañados a la vez de una sensación de apertura a la realidad sagrada.

Hubo momentos de desorientación y vulnerabilidad, de olas de no-saber que llegaban a las orillas de su consciencia. Sintió pena por dejar su lugar, las amistades y sus animales amados. Sin embargo, cuando una querida amiga le preguntó “¿De dónde viene esta decisión?” Tara recordó las palabras del poeta David Whyte en su poema Devenir (Becoming):

Hay un camino que siempre llama. Cuando ves que ambos lados se cierran, en ese lejano horizonte y en lo profundo de los cimientos de tu propio corazón exactamente al mismo tiempo, así es como sabes que es el camino a seguir.

Sentía en sus huesos que debía marcharse. El tiempo había llegado. No obstante, en este momento todavía se resistía. Se preguntó: “¿Volveré a encontrar cielos tan hermosos? ¿Y a mis compañeros alados, los volveré a ver?”. Observaba desolada hacia un campo de olivos.  Entonces tres hermosos loros verdes volaron directamente hacia ella y se posaron en el sauce que había cuidado con esmero durante años. Uno la miró fijamente y con amabilidad, mientras ella contenía la respiración, para hacer durar ese instante.

Vio la visita de esas criaturas como emisarios de la madre naturaleza para su despedida. Su corazón se aligeró y se entregó a la imaginación, mientras se decía: “Este amor es eterno y continuará. Esta sagrada presencia trasciende incluso este lugar. He recibido una visita”. Cerró los ojos, se sentó y lloró con ternura.

Quedaba poco tiempo antes de partir. Se detuvo un momento más para darse cuenta de que la decisión irracional del comienzo se había convertido en una determinación relevante y elocuente. Hablaba el lenguaje profundo de su Alma. Sí, Tara reconoció que aquí había un enigma descifrable, un sueño “Mitopoético”, como diría el psicólogo Bill Plotkin. Su arquera interior había flexionado su arco, apuntado al blanco y la flecha de la creación emergente llegaba a su destino.

Tara inició su partida hacia otras tierras. Era un nuevo nacimiento, uno que requería la muerte en todos sus matices, sangrientos, sucios y sombríos. Allí, en este precipicio del cambio, sintió palpitar una gran fertilidad acompañada de grandes preguntas. Sabía que en ella se estaba preparando la tierra para que semillas nuevas pudieran sembrarse en ella. Ahora la apertura sería el camino de la fecundación.

Giró por última vez la vista hacia el enorme olivo que le había dado sombra a su vida y al que llamó ‘Shantini’. Observó a lo lejos las hojas frescas y las incipientes aceitunas. Al mismo tiempo, apreció las ramas muertas que convivían con las sanas. Pudo sentir el juego sagrado de la vida y la muerte fluyendo en ella.

Foto: O. C. González, tomada de Unsplash.

2022-12-20T13:00:51+00:00 20/12/2022|