Amar y vivir lo sagrado (Lakshmi)

Nuestro corazón en su estado más puro siempre se mueve hacia la unidad y se siente colmado cuando está en armonía. En nuestra travesía hacia el Deleite Profundo, el camino del Amor Sagrado puede llevarnos a la mayor plenitud. El maestro indio Sri Aurobindo dijo: “Deleite es la naturaleza de la consciencia, y el amor es la llave y el secreto del apogeo de ese deleite”. Según el pensamiento hindú, el camino del amor (Bhakti, en sánscrito) tiene el potencial de elevar los sentimientos y es una vía directa para lograr la meta final, la unión con la Divinidad.

En el mundo del amor nuestro vehículo será la naturaleza emocional. A través de ella percibiremos el amor sagrado, dejaremos atrás el sufrimiento de la división y avanzaremos hacia la experiencia de Dicha producida por la unión perfecta.

Desde la mirada occidental, la mayoría de las veces que elegimos relacionarnos con lo sagrado lo hacemos a través de la mente y el intelecto. Nos sentimos seguros con este acercamiento y pensamos que así nuestra integridad intelectual quedará intacta. En la historia de la humanidad y a nuestro alrededor hemos observado la incoherencia de la devoción ciega y por ello surgen nuestras sospechas frente a un camino de devoción. Es frecuente entonces que la visión de la mente tenga un lugar privilegiado y sea más respetado que el camino del corazón. Sin embargo, hay una realidad sobre el camino del amor: sólo en el ámbito emocional es posible sentir la sabiduría y el gozo, experiencias que no son accesibles para el intelecto. Mi maestro Premananda Deva dijo: “Es imposible transformarse sin la apertura del corazón”.

¿Qué significa exactamente este camino del corazón? ¿Cuáles son sus implicaciones? ¿Hacia a dónde vamos con la conexión del ser emocional? La vía del amor significa dirigir los sentimientos hacia lo profundo y elevado de la experiencia existencial. Implica sanar las emociones, dejar atrás los sentimientos que nos limitan y comenzar a preparar el corazón para saborear la esencia de la existencia, un gozo celestial (Ananda, en sánscrito). Esta visión no desestima el cultivo de la mente, en realidad avanzamos en la integración de los dos caminos: buscamos la lucidez de la mente y activamos la sabiduría amorosa del corazón. La simbiosis de estos dos poderes y la fuerza que resulta de esta unión movilizan el ser hacia la trascendencia.

En esta apertura del ser emocional hacia el amor sagrado resulta fundamental preguntarnos: ¿Qué visualizamos cuando pensamos en la Divinidad? ¿Se trata de una visión impersonal, como el Tao, una fuerza, energía o universo invisible sin forma? ¿O pensamos en deidades, seres iluminados o maestros? En mi camino he experimentado la importancia de crear una relación impersonal y personal con la existencia sagrada. Los seres humanos somos una mezcla de las dos facetas. A medida que elevemos nuestro ser, experimentaremos el desarrollo de características impersonales y personales.

Esta perspectiva propone una integración de Oriente y Occidente. Por ejemplo, desde la perspectiva budista se plantea una disolución del ego y una experiencia de vacuidad (vacío de la identificación). Mientras la psicología occidental busca la consolidación de una identidad y el desarrollo del ser individual. La vía impersonal posibilita la experiencia de la humildad, un saludable desapego de la identificación única con el ego y un camino de trascendencia mediante la compasión. Por su parte, la vía personal propone el desarrollo nuestras cualidades y capacidades, para servir a otros y el mundo. Este entendimiento integral de las dos facetas del camino puede facilitar nuestra transformación: somos el microcosmos en proceso de convertirnos en el macrocosmos en nuestra consciencia y vida.

Cuando calmamos las aguas del ser emocional y experimentamos el vacío, aparece al mismo tiempo una gran luminosidad y sabiduría.

Ahora bien, en relación con lo sagrado, al explorar la relación impersonal, es decir contemplar lo infinito sin forma, buscamos alcanzar una experiencia interior-meditativa donde vivamos una “desidentificación” con el ser individual y temporal, para sentirnos parte de una Totalidad. Esta práctica comienza con el proceso de calmar la mente, continúa con la consciencia de la vacuidad de todo lo superfluo y alcanza su cima con la percepción de una naturaleza esencial que permanece. Cuando calmamos las aguas del ser emocional y experimentamos el vacío, aparece al mismo tiempo una gran luminosidad y sabiduría. Lo más fascinante de esta experiencia es que nos damos cuenta de que la naturaleza del universo invisible o Purusha (en sánscrito) no es realmente vacía, es llena. Esta revelación nos hace conscientes de que estamos dentro de un “gran vientre cósmico”, que está vivo y se manifiesta con cualidades infinitas (Ananta Guna, en sánscrito). Al vivir estas experiencias poderosas e indescriptibles (para la mente) en nuestro ser emocional, podemos comenzar a entender por qué desde tiempos inmemoriales los seres humanos hemos querido representar estas esencias en deidades, para familiarizarnos con las fuerzas reales que habitan lo invisible.

Desde esta perspectiva podemos comenzar a construir una relación personal con lo sagrado. Si somos honestos en el proceso de transformación, sabemos que la conquista de las diferentes partes del ser requiere esfuerzo, paciencia y perseverancia. Es normal que tengamos tiempos difíciles en el camino. En estos instantes propongo un acercamiento personal con las fuerzas divinas, mediante el cultivo de una intimidad que haga florecer nuestros sentimientos. Podemos elegir un objeto, un símbolo o una personificación hacia la cual dirigiremos nuestro amor; por ejemplo, hacia un dios o diosa, un arquetipo o un maestro. La intención es encontrar vías que nos soporten psicológicamente; nos sostengan en la apertura del corazón, y nos brinden la posibilidad de vivir con un corazón expansivo.

Esta relación puede ser insondable y tiene la virtud de avivar nuestra inspiración. Además constituye uno de los secretos del camino, pues el cultivo de la relación personal es el vehículo para guiarnos hacia la trascendencia y el éxtasis de la unión. Si bien es cierto que existe un dualismo en la relación personal, porque siempre hay dos (el amante y el amado), la experiencia última busca la disolución en ese objeto-sujeto del amor.

El camino del amor sagrado permite explorar las formas sublimes del sentir. Más allá de vincularnos con un solo arquetipo, podemos avanzar y crear lazos personales con: la Madre divina, el Padre divino, el Hijo divino, el Amigo divino y, posiblemente el más poderoso, el Amante divino. Esta amplitud de la experiencia del amor nos permitirá ver lo sagrado manifestado en el mundo. El viaje del amor sagrado con lo personal es la travesía donde se vive el juego cósmico (Lila). Este instante constituye el nacimiento del niño espiritual en nosotros. Una experiencia que crea un ambiente donde el amor es absoluto y constante, y comenzamos a vivir una unión con la presencia de lo sagrado.

En el Mundo del Amor de Deleite Profundo aprenderemos cómo cultivar el ser emocional, para vivir el sentimiento de lo sagrado. Para ello, transitaremos por cuatro estados: Cuidar, Unir, Expandir y Elevar.

En el estado de Cuidar, comenzaremos el camino de sanación emocional. Cultivaremos el amor propio como una base fundamental. En esta estación despertaremos la dulzura y ternura de nuestro corazón. Además nos abriremos a la paciencia, la suavidad y la comprensión con nosotros mismos.

En el estado de Unir, crearemos compasión hacia nosotros y los otros, invitando sentimientos cálidos hacia los demás y reconociendo la interdependencia. Con nuestros actos ampliaremos el poder del amor, mediante la búsqueda del alivio del sufrimiento de otros y la búsqueda de su plenitud.

En el estado de Expandir, invocaremos el nacimiento de nuestra consciencia del niño. Esta es una invitación a apreciar la belleza esencial y a crear el asombro en nuestra consciencia. Aprenderemos a dejar ir a través de la libertad del arte y cultivaremos la espontaneidad de un juego cósmico.

En el estado de Elevar, llegaremos a la cima de la experiencia, donde se integran lo personal con lo impersonal, la entrega amorosa y el éxtasis de la unión. Es el fin de la dualidad y el comienzo de la intimidad sagrada.

Sentir el ardor del amor sagrado es la base de una felicidad profunda y esa experiencia produce la sensación de un rapto. Desde esta plataforma surgen la armonía y la belleza de los sentimientos, que nos invitan a sentir la vida con sus ritmos de gozo secreto. Amar es abrir y dar, y con los estados del mundo de amor podemos hacerlo sabiamente. La relación impersonal nos traerá paz y ecuanimidad a nuestro corazón. La conexión personal nos dará intimidad y calidez, para enamorarnos de nuevo de nosotros mismos, los otros y el mundo invisible. Gracias a la apertura del corazón sembraremos una consciencia nueva, donde la inspiración y el sentido nos activen para comenzar a crear.

Fotografía: Vishnu (Bill Hulse), EE.UU.
2019-06-24T11:01:49+00:00 25/02/2019|